BOLIVIA ES UN PAIS RECIENTE, DESMEMBRADO DEL PERU.

Si a Julián Túpac Katary, que se levantó en armas contra el poder español, bajo la conducción de los Túpac Amaru, en febrero de 1781, le preguntaran si es boliviano, es evidente que respondería que no. No era boliviano. Bolivia no existía. Katary era alto peruano, de los más ilustres y valientes alto peruanos, descuartizado como pluma al viento por el dictamen alevoso de Tadeo Diez de Medina, y la disposición de José Reseguín, en noviembre de 1782.

Durante años Don Julián coordinó con José Gabriel Túpac Amaru y a su muerte con Diego Cristóbal Túpac Amaru, que dirigió la gran rebelión desde Azángaro, capital del nuevo Estado Inca. Fue sometido a disciplina en distintas oportunidades por Andrés Túpac Amaru y sus lugartenientes, desde Sorata, y luego de la destrucción de ese bellísimo pueblo, Andrés tomó la conducción de la gesta en La Paz. La resistencia final de la gran rebelión fue asumida no por Katary, cuyas tropas habían sido derrotadas por el teniente coronel José Reseguín, que venía de Montevideo, si no por el coronel Diego Quispe el Mayor, que tenía ejército propio, bajo la dirección de Diego Cristóbal. Quispe,ñ compañero de Vilca Apaza, nacido en Patambuco, tenía una tropa numero que provenían de los valles de Sandia.

¿Dónde está la bolivianidad de su gesta emancipadora? Entonces no se vislumbraba el nacimiento de un país distinto al Perú. Murillo, por ejemplo, nació en Acora, Perú. Hasta que llegó Sucre, (Del Perú) y desmembró a Bolivia en 1825.

Entre 1776 y 1792 el territorio de lo que hoy es Bolivia, y Puno hasta la Raya (Cusco), pertenecían al virreinato de Buenos Aires, no por ello vamos a pensar que fuimos argentinos o tengamos un legado argentino, lo contrario, en ese tiempo la cultura nacional permaneció incólume y soberana, luego del sacrificio de los Túpac Amaru. 
Todo esto viene de antes, de mucho antes, de la formación de los viejos imperios prehispánicos, donde la palabra Bolivia, que se debe al apellido de Bolívar, estaba lejos de imaginarse. El Perú ya latía con eufonía raigal. Lo cierto es que después de la colonia depredadora, quedaron algunas etnias pujantes de gran población, como la nación aymara.

Las nuevas repúblicas no respetaron esos mapas culturales, se impusieron sobre ellos con criterio colonial, no respetaron los mapas prehispánicos, los mapas culturales. Los libertadores tomaron decisiones por su cuenta, inventaron países, fronteras, avasallaron lo que existía desde antes de la llegada de España. Y si de fronteras actuales se trata, la que nos separa con Bolivia recién se implementa a inicios del siglo XX; como agravante, en el proceso, en 1909 el Perú abdica a un extenso territorio, en un extremo de generosidad, reconocido por el presidente argentino, luego de un arbitraje.

Lo cierto es que concluida formalmente la colonia, a nadie le interesó señalar que ambos países compartían una población aymara, de gran densidad, con la misma historia, las mismas costumbres, la misma visión de mundo, la misma ecología, y finalmente la misma geografía. Ahora que ha pasado tanta agua bajo los puentes, a la luz de los nuevos tiempos, de las consultas poblacionales, del respeto a los pueblos originarios, de los derechos humanos de tercera y cuarta generación, los gobiernos, en especial el de Bolivia, hacen tabla raza de cualquier principio civilizado acerca de la existencia de los pueblos originarios, no obstante tener un ministerio ad hoc, para considerar el tema.
Los fundamentalistas aymaras jamás se pronunciaron al respecto, porque carecen de ideas fundacionales, la Nación Aymara es una expresión demagógica y fascistoide, sin alma, sin reclamo por su naturaleza espiritual, a diferencia del indigenismo puneño de los años veinte, que supo reconocer los valores que ahora fragmentariamente se reconstruyen entre los mestizos y migrantes originarios, lejos de la patria profunda, y que aún perviven en el seno de las comunidades.

Entonces Bolivia resulta “dueña” del idioma aymara, no obstante que los principales estudios se han realizado en el Perú. Baste señalar un botón, botón de oro, y el más importante, el Vocabulario de la Lengua Aymara del jesuita Ludovico Bertonio, escrito en Juli en 1612, donde a decir su autor, se habla el mejor aymara de la meseta, casi los mismos años en que se publica el Quijote. Por lo tanto, en el supuesto negado, Bolivia es dueña de los instrumentos musicales, del Ekeko, y de las danzas folklóricas, de la música puneña. Decisión política unilateral, fascista, sobre temas de cultura.

¿Dónde queda la concepción latinoamericana de Evo Morales? ¿No era Evo el gran patriota latinoamericano? Una falacia, su actitud con el pueblo aymara del Perú, que él conoce por haber acudido a la fiesta de la Virgen de la Candelaria en diferentes oportunidades, en calidad de acompañante de las bandas de músicos de bronce que acuden a la Candelaria de Puno, antes de ser presidente. Se trata del más primitivo y vulgar de los egoísmos; aparte de la necesidad de afirmación que necesita Bolivia como nación, que por doscientos años no ha logrado, entre otros motivos por la traición de sus políticos, por una de las mayores corrupciones del mundo, por la derrota sufrida en las guerras con los países vecinos, y por la diversidad étnica incomprendida que la compone, a la cual no ha podido llegar el Estado con salud, educación y cultura. Bolivia, de ingentes riquezas naturales, como el Perú, es un país que se sostiene por la actividad extractiva, minerales y la deforestación de sus bosques.

Evo Morales envía a los Ponchos Rojos, su guardia dorada, para alentar a los movimientos aymaras fundamentalistas del Perú, pero no es capaz de reconocerles el pan del alma, su cultura propia. Según él, eso pertenece en exclusivo, al pueblo de Bolivia.
Una tarde de domingo, en Coyoacán, México, vi cómo los indios de aquel país idolatraban a Evo Morales, símbolo de la identidad a nivel mundial; detrás del él existe movimientos, partidos, ONGs, que alientan esa imagen, pero que no se condice con la realidad, con su agresión permanente a la cultura de Puno, donde hace gala de un desconocimiento histórico, grande, como grande es su afán de destruir algo indestructible, el folklore puneño en el corazón de los puneños; afán como el de Areche en el Perú o Tadeo Diez de Medina en el Alto Perú.

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